Hoy día, la gente ya no cree en los ángeles. Bueno, hay quien piensa que son seres de luz que están aquí para ayudarnos y que, si les rezas de una determinada manera, te ayudarán a encontrar novio, a que te toque la lotería o a curarte las hemorroides. Pero eso no es creer en los ángeles.
Yo me refiero a los de la Biblia, los mensajeros de Dios. Ángeles como Miguel, que expulsó a los demonios del cielo. Como Uriel, que guardaba las puertas del paraíso armado con una espada de fuego, para desgracia de Adán y Eva. O como Metatrón, que tiene nombre de robot de anime japonés, pero que en realidad es el Rey de los Ángeles, el más poderoso de todos.
Ya nadie cree en esos ángeles. Dicen que son mitología, pero lo que ocurre en realidad es que están pasados de moda.
Sin embargo, hay gente que sí cree en los demonios. Y no los culpo. Basta con mirar a nuestro alrededor para ver lo mal que va el mundo. O aún más sencillo: basta con ver las noticias.
En el telediario da la sensación de que todo lo que sucede es malo. Resulta difícil creer en Dios, o en los ángeles, ante las imágenes de una guerra, una epidemia, una catástrofe natural... Es fácil creer que el demonio existe y que el infierno está mucho más cerca de lo que parece.
Pero eso no es justo. Vale, claro que pasan todas esas cosas malas, pero eso no es toda la verdad. También ocurren cosas buenas. Todos los días. Pero tendemos a ignorarlas.
Supongo que nos dan más morbo las cosas malas, las imágenes de violencia. Nos hacen sentir seguros en nuestras casas y cómodos en nuestras vidas, o nos hunden en la miseria y nos reafirman en nuestra creencia de que el mundo es una mierda.
Eso hace que la tarea de los ángeles sea mucho más difícil de lo que debería ser. Ya es bastante chungo tratar de arreglar este mundo como para que encima la gente no solo no valore tu trabajo, sino que ni siquiera crea que existes.
Porque los ángeles existen… y han existido siempre.
¿Que cómo lo sé?
Porque mi padre era uno de ellos.
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